¿Qué significa realmente el Yoga más allá de las posturas?

Cuando pensamos en Yoga, es común imaginar cuerpos flexibles realizando posturas impresionantes sobre un Mat de Yoga. Sin embargo, el Yoga va mucho más allá de la práctica física (Asana). Es un camino profundo que abarca la mente, la respiración, la conducta y la espiritualidad. Entonces, ¿qué es realmente el Yoga? Yoga: Una filosofía de vida El Yoga es una tradición milenaria cuyo propósito es la unificación del ser humano en su totalidad. En los Yoga Sutras de Patanjali, el Yoga es definido como «Yoga chitta vritti nirodhah», que significa «el Yoga es la cesación de las fluctuaciones de la mente». Esto nos indica que su esencia no es solo física, sino también mental y espiritual. A través de la práctica constante, el Yoga nos permite observarnos con mayor claridad, tomar distancia de los pensamientos repetitivos y generar una sensación de equilibrio y bienestar duradero. Los Ocho estadíos del Yoga El Yoga está compuesto por ocho estadíos o «ramas» (Ashtanga), que nos guían hacia una vida más consciente: Yoga en la vida diaria Más allá del Mat de Yoga, el Yoga se refleja en nuestra forma de actuar, pensar y sentir. Ser más conscientes de nuestras emociones, cultivar la paciencia y practicar la gratitud son expresiones del Yoga. Asumirlo como un estilo de vida implica integrar la respiración consciente, la reflexión y la compasión en cada acción cotidiana. Incorporar el Yoga en la vida diaria no requiere posturas complicadas ni largas horas de práctica. Pequeños cambios, como comenzar el día con unas respiraciones profundas, mantener una postura erguida al caminar o tomarnos un momento de pausa antes de reaccionar impulsivamente, pueden marcar una gran diferencia. Cada acción consciente nos acerca a un estado de mayor equilibrio y bienestar. El Yoga no se trata solo de la forma en que movemos nuestro cuerpo, sino de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo. La práctica física es solo la puerta de entrada a un camino más profundo que puede llevarnos a una vida más equilibrada, serena y significativa. Entonces, la próxima vez que te encuentres en el Mat de Yoga, recuerda que cada postura es una herramienta para explorar algo más grande: la armonía entre el cuerpo, la mente y el espíritu. La verdadera práctica de Yoga comienza cuando llevamos esa consciencia a cada aspecto de nuestra vida cotidiana.

Los Sanskaras: Patrones que moldean nuestra mente

Patrones que moldean nuestra mente y nuestra vida En la filosofía del yoga, los sanskaras son impresiones mentales, huellas dejadas por nuestras acciones, pensamientos y experiencias pasadas. Estas impresiones, acumuladas a lo largo del tiempo, forman patrones que influyen en nuestra conducta, nuestras reacciones y la manera en que percibimos el mundo. Podemos imaginar los sanskaras como surcos en la arena: cuanto más repetimos una acción o pensamiento, más profundo se vuelve el surco, facilitando que volvamos a recorrer el mismo camino una y otra vez. Estos patrones pueden ser positivos, llevándonos a desarrollar hábitos saludables y constructivos, o pueden ser limitantes, atrapándonos en ciclos de comportamiento automático y poco consciente. Durante la práctica de Ashtanga Yoga, los sanskaras también se manifiestan en nuestras sensaciones físicas. La rigidez en ciertas zonas del cuerpo, la resistencia a determinadas posturas o la tendencia a evitar ciertos movimientos pueden ser reflejos de impresiones mentales arraigadas. Estas memorias corporales, resultado de hábitos y experiencias previas, pueden ser observadas y trascendidas a través de la respiración consciente y el enfoque ecuánime. El desarrollo de la respiración consciente durante la práctica nos permite mantener la atención en el presente, sin dejarnos llevar por la incomodidad o la impaciencia. En lugar de reaccionar de manera automática, aprendemos a sostener la experiencia con ecuanimidad, debilitando la fuerza de los sanskaras sin generar nuevas impresiones mentales que refuercen los condicionamientos previos. Con el tiempo, esta forma de práctica nos conduce a una liberación progresiva de los patrones limitantes, permitiendo que nuestra mente y cuerpo se abran a una experiencia más libre y plena. Cada inhalación y exhalación en nuestra práctica es una oportunidad para reescribir nuestra historia interna. Al observar con ecuanimidad nuestros patrones más arraigados, abrimos el camino a una transformación genuina. La verdadera libertad no surge de evitar nuestros sanskaras, sino de enfrentarlos con presencia y consciencia. ¿Qué huellas eliges cultivar hoy?

La montaña y el viajero

Había una vez un viajero que decidió emprender un largo viaje para llegar a la cima de una montaña. Había escuchado que, en lo alto, encontraría la paz, la serenidad y el autoconocimiento que tanto anhelaba. Con entusiasmo y una mochila ligera, comenzó a caminar. Los primeros kilómetros fueron sencillos: el paisaje era hermoso y cada paso le llenaba de energía y esperanza. Sin embargo, mientras avanzaba, el camino se volvía cada vez más empinado y rocoso. En el segundo día, el viajero comenzó a cansarse, y la duda se apoderó de su mente: «¿Valdrá realmente la pena llegar a la cima? ¿Por qué decidí emprender este viaje tan desafiante?». En esos momentos de duda, se cruzó con un anciano que también subía la montaña. Este hombre caminaba con calma, disfrutando cada paso, como si no tuviera prisa alguna por llegar. El viajero, intrigado, le preguntó al anciano por qué parecía tan sereno y cómo mantenía la calma ante la dificultad del ascenso. El anciano sonrió y le dijo: «He subido esta montaña muchas veces, y en cada ocasión he aprendido que la paz y el conocimiento que buscas no están en la cima, sino en el mismo acto de caminar. No importa cuán empinado o rocoso sea el camino, lo importante es estar presente y aprender a observar cada paso que das». El viajero escuchó estas palabras y, por primera vez, comenzó a caminar sin enfocarse solo en llegar a la cima. Disfrutó de los sonidos de la naturaleza, de su propia respiración y del esfuerzo de su cuerpo. Al final del día, encontró una paz inesperada, una que no había anticipado cuando comenzó el viaje. Comprendió que el verdadero valor del viaje no estaba en alcanzar la cima, sino en cada paso, en cada respiro y en la experiencia de cada momento. Esta historia es un recordatorio de que en el camino del yoga y del autoconocimiento, la meta no es un destino lejano o una perfección inalcanzable. Cada práctica, cada respiración y cada instante en que nos sumergimos en el presente, es en sí misma la cima de la montaña. La paciencia y la constancia son nuestras aliadas; con ellas, aprendemos a valorar y disfrutar de cada paso en este maravilloso viaje hacia nosotros mismos.

Un Refugio invaluable: La Sangha

En el corazón de la práctica budista, encontramos un refugio invaluable: la Sangha. La Sangha no es solo una comunidad de practicantes, sino es también un soporte esencial para nuestra transformación y crecimiento espiritual. Es un refugio donde podemos encontrar paz, apoyo y guía. Dicha comunidad de practicantes, es un refugio donde podemos retornar cada vez que necesitamos apoyo. Este retorno no es una mera búsqueda de compañía; sino una profunda reconexión con nuestra verdadera naturaleza a través de la energía colectiva de la práctica consciente. Practicar en comunidad amplifica nuestra capacidad de atención plena al momento presente. La Sangha es como un bosque, si lo piensas bien; un árbol solo no puede hacer un bosque, pero muchos árboles juntos si hacen un bosque, y entre ellos se hacen fuertes. Incluso si el viento sopla muy fuerte, los árboles están protegidos por los otros árboles y la misma cosa sucede con la Sangha. La práctica en solitario puede ser desafiante pero en la Sangha, encontramos apoyo mutuo y comprensión. El sufrimiento se divide en comunidad y las alegrías se multiplican, convirtiéndose en las de todos. Al compartir nuestras experiencias, aprendemos a ver el sufrimiento con los ojos de la compasión y a celebrar las alegrías con gratitud. Este intercambio crea una red, donde cada miembro se ve reflejado en los demás, y así, estamos «inter-siendo». La construcción de una Sangha requiere dedicación y práctica. Es posible crear una comunidad donde la paz y la armonía sean palpables y donde cada miembro contribuya a esta atmósfera, practicando el habla amorosa y la escucha profunda. Una Sangha bien establecida es una maravilla, pues te puede ayudar, apoyar y sostener en tu práctica diaria. Es una joya preciosa en nuestra vida espiritual. Nos ofrece un refugio, un lugar donde la práctica se profundiza y la transformación personal se vuelve posible. Podemos apreciar la inmensa importancia de la comunidad en nuestro camino hacia la paz y la felicidad. Practicando juntos, creamos un mundo más compasivo y lleno de amor. El siguiente Buda podría no tomar la forma de un individuo. El siguiente Buda podría tomar la forma de una comunidad, una comunidad practicando comprensión y amor compasivo, una comunidad que practica el vivir conscientemente. Esto podría ser lo más importante del arte de vivir, la Sangha.

Vivir plenamente el presente

Impulsados por nuestras preocupaciones, somos incapaces de vivir plenamente el presente. Tenemos hábitos mentales negativos que surgen una y otra vez. Uno de los más relevantes es permitir que nuestra mente se proyecte constantemente hacia el futuro. Tal vez lo heredamos de nuestros antepasados. En lo más profundo creemos que en realidad aún no podemos ser felices, que todavía tenemos que marcar una serie de casillas antes de disfrutar totalmente de la vida. Especulamos, soñamos, urdimos estrategias y planeamos para lograr esas «condiciones de felicidad» que queremos tener en el futuro; y continuamente perseguimos ese porvenir, incluso cuando dormimos. Podemos albergar muchos temores respecto al futuro porque no sabemos cómo va a ser, y esas preocupaciones y ansiedades nos impiden disfrutar el estar aquí-ahora. Aquí, tu práctica de meditación consiste en traer la mente de regreso al presente y reconocer el hábito cada vez que nos aparta de él. Solo necesitamos respirar conscientemente y sonreír a la energía del hábito: «Oh, eso me ha apartado del presente otra vez». Una vez que reconocemos las energías del hábito, éstas pierden su poder sobre nosotros y de nuevo volvemos a ser libres para vivir sosegada y felizmente en el presente. Cuando empezamos a practicar por primera vez, nos sorprendemos siguiendo este hábito muchas veces al día. Sumergirnos en el presente es otro tipo de rutina, una buena rutina. Adquirir un hábito nuevo y positivo requiere entrenamiento. Mientras te lavas los dientes y el pelo, te vistes, caminas, conduces y demás, pon toda tu atención en lo que estás haciendo y encuentra la paz y el gozo en cada momento. Cuando practicas la respiración consciente desarrollas una mayor habilidad para reconocer el hábito, y cada vez que lo haces disminuye su poder para sustraerte al instante presente. Es el principio de tu liberación, tu verdadera libertad, tu verdadera felicidad. Esta práctica de meditación se conoce como «reconocimiento simple». «Querida energía del hábito, ¡te veo!; sé que te estás manifestando.» No tienes que luchar contra ella, no necesitas suprimirla; solo reconocerla. Thich Nhat Hanh

La taza de Té llena

Un día, un profesor muy conocido por su inteligencia, visitó a un maestro del Budismo Zen. El profesor quería aprender conocimiento del Zen de la mano de este Maestro, pero en cuanto el maestro le abrió la puerta, el profesor comenzó a hablarle de todo lo que él ya sabía. El maestro escuchaba atento y el profesor no dejaba de hablar, intentando deslumbrar al maestro con sus ‘supuestos’ conocimientos. – ¿Y si tomamos el té?- propuso el maestro zen. – ¡Oh, sí! ¡Fantástico!- respondió el profesor. Ambos se sentaron junto a una mesita. El maestro comenzó a llenar la taza del profesor y cuando estaba casi lleno, no paró, de forma que el té comenzó a salirse de la taza y a llenar el platito que tenía debajo. – ¡Para!- gritó entonces el profesor- ¡La taza ya está llena y el té se desborda! Entonces, el maestro dijo muy sereno: – Igual que esta taza eres tú. ¿Cómo quieres que te enseñe Zen si estás lleno de ideas confusas y prejuicios? Primero tendrás que vaciarte de ellas. P.S: No podemos aprender si creemos que ya lo sabemos todo. Antes debemos vaciarnos de prejuicios y conocimientos posiblemente erróneos. Igualmente, deberemos aproximarnos a quien nos enseña con humildad y apertura, para poder nutrirnos de su experiencia y conocimiento.

La parábola de la citara

Según el texto budista Anguttara-nikaya, el Buddha Shakyamuni tenía un joven discípulo llamado Sona. Este provenía de una acaudalada familia y tenía un carácter alegre y despierto. Desde que había renunciado a la vida secular, se dedicaba a su práctica de manera mucho más asidua que nadie. Sin embargo, no lograba acercarse al estado de iluminación. A medida que pasaban los días, su melancolía cedió paso al desconcierto, que, a su vez, se convirtió en agonía. Al poco tiempo, estaba tan demacrado, que su apariencia era irreconocible. Cierto día, Buddha estaba paseando y en un camino vio sangre en la arena y las piedras. Y preguntó: – ¿De quién es aquella sangre? La respuesta fue: – De Sona. Este se mortificaba caminando con los pies desnudos sobre las piedras, hasta tal punto que las dejaba teñidas de sangre. Fue en ese momento cuando el Buddha lo visitó. Al tanto de que Sona era un excelente intérprete de la cítara, el Buddha, con gran habilidad, empleó el instrumento como metáfora: «- Dime, Sona, ¿puedes producir un buen sonido con la cítara si tensas demasiado las cuerdas?» «- No, Señor, en tal caso los tonos son demasiado altos. – responde, Sona.» «- Y, por otro lado, ¿puedes extraer un buen sonido si aflojas demasiado las cuerdas?» «- En ese caso, Señor, los tonos son muy bajos.» «- Entonces, ¿qué es lo que harías? – pregunta, Buddha.» «- Hombre de gran virtud, es vital afinar las cuerdas de manera apropiada, sin tensarlas ni aflojarlas demasiado. – finalmente, dice Sona.» «- Sona, debes darte cuenta de que la práctica del Camino que predico es exactamente lo mismo. Si eres demasiado asiduo en tu práctica, vas a forzar en exceso tu mente y serás presa de una gran tensión. Del mismo modo, si aflojas demasiado tu mente, te dejarás ganar por la ociosidad, conduciéndote a la indolencia y la pereza. Debes, por lo tanto, establecer un equilibrio en tu práctica del Camino. Aplicarte con un esfuerzo adecuado, ecuánime, paso a paso.» La determinación debe ser muy firme, pero el esfuerzo debe ser adecuado. Sin perjudicar el cuerpo ni dañar la mente. Este relato se conoce como «La parábola de la cítara». En él, Shakyamuni promovió el Camino Medio, para que las personas no se inclinaran hacia la búsqueda del placer extremo o hacia la mortificación extrema, en ningún ámbito de su vida. Tampoco se estaba refiriendo de ninguna manera a un tipo de compromiso débil que rehuyera el dolor o el sufrimiento. Shakyamuni intentó, antes que nada, ayudar a las personas a establecer, en un nivel mucho más profundo, una mente estable como la tierra, imperturbable tanto en las alegrías como en los sufrimientos. Ecuánime. Por lo tanto, el tema está en verdad más cerca de nosotros de lo que podríamos imaginar. Abriéndonos una puerta hacia un entendimiento de cómo afrontar las vicisitudes de la vida con cierto éxito. Espero que no ajusten ni aflojen demasiado las cuerdas de su corazón, sino que las afinen de manera equilibrada para interpretar una armoniosa melodía de la vida.

Siéntate y observa

Así he oido: Un día, cuando caminaban por una región montañosa, Siddhartta Gautama (Buddha Histórico), ya mayor y bajo el sol del mediodía le dijo a su discípulo Ananda: – Estoy sediento Ananda, cuando atravesamos las montañas, pasamos un arroyo de agua limpia, ¿Puedes regresar por el camino y traerme un poco de agua? Ananda deshaciendo el camino de vuelta llegó al arroyo pero cuando estuvo allí, se dio cuenta de que unas carretas acababan de atravesarlo, embarrándolo todo. Las hojas muertas que antes yacían en el fondo, ahora flotaban sobre el agua y ya no era bebible, y por supuesto, no podía llevársela a Buddha. Así que decidió regresar junto a él. Además, sabía que unos kilómetros más allá del sitio donde habían parado corría un gran río de agua cristalina.